Como cada brejé -y ya había perdido la cuenta de cuántos fueron- en la mañana de San Marcos, Fausto y su familia tomaban la polvorosa con rumbo a los vilaches, donde vender los chiflos fabricados en el otoño y el invierno pasados, como hicieron sus sievos y los sievos de sus sievos durante generaciones.
En esta ocasión, el tiempo y las averías les respetaron; no como el anterior, que llovió gran parte del camino y, para colmo, se descuajeringó un rayo de la rueda, que hizo que tardaran una jornada más. Esta temporada, en las mañanas lució el sol y con temperaturas agradables, y en las noches hacía fole, sin llegar a helura.
Era un singular espectáculo la llegada de los chifleros con todos sus archiperres. Los estillosos, tumbados en la tabla rejera del carro, ordenados de mayor a menor tamaño. En el interior de los huecos que dejaban, se veían las ochavas, dentro del vientre de estas: los celemines y harneros pitoches con rejilla fina, como los que usaban de coladores en los culisores de las pautras.
En difícil equilibrio sobre todo ello y desafiando a la gravedad, rilateras de taburetes colocados con gran habilidad. Por los telares, atados a las estaquillas colgaban las bricas, cedazos y alguna que otra banqueta. En el cajón inferior se guardaban los mazos, escoplos, martillos, chiflas, tallifos, alambres y todas las herramientas necesarias para las reparaciones que llevarán a cabo a lo largo del verano….>
——¡Sievo, sievo, han piniado a Pedro, el Mequero! —espetó el garcín.
——¿Las ha pirriado Pedro, el Mequero? —preguntó Fausto.
——No, sievo, que le han piniado, que le han quillado con la chafarota. Que he atervado como se lo garleaba el estafaperdines al embrollón de sinífaros —respondió el motardo.>
Espero que os guste.
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